por
Alberto Tasso
El pasado de una
región es tan rico, variado y misterioso como el de un hombre. No es fácil
desentrañarlo, y antes que intentar un análisis total –seguramente con omisiones
y excesos- es preferible andar y mirar, tratando de que todo sea nuevo para los
ojos.
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o se puede mirar hacia arriba. El sol de
enero es demasiado fuerte y de nada vale secarse una y otra vez la frente. Las
dos ruedas de “la zorra” cargada de troncos han mordido el camino de tierra
hasta dejarle dos profundos surcos zigzagueantes. Cada tanto, un mistol o un
quebracho tienden su brazo sobre el camino: agacharse, pararse. El camino da
vueltas, siempre recortado en el monte. Y siempre parece ser la misma razón de
todo: siempre esa tierra dura y calcinada, siempre ese monte prolongado y
denso, siempre ese sol, siempre esa sed.
Al hablar de
Santiago tiene prioridad su geografía. Uno piensa en las maneras en que la
tierra determina al hombre: como lo limita o lo libera, cómo establece sus
ocupaciones, la forma y el material de sus casas, cómo moldea su temperamento. Santiago
y la aridez. Santiago y la pobreza. Santiago y la contemplación. ¿Cuánto le
debe el carácter de los santiagueños a su tierra? Evidentemente, mucho. Así, el
santiagueño se ha hecho con rasgos de dureza, de espiritualidad, de ocio, de
humor, de canción. Y de amargura.
La solidez
granítica del quebracho, con su grandeza casi legendaria, creó una nueva raza,
con igual solidez y leyenda: los hacheros ya habían atado su vida a la muerte
del monte. Apenas el espíritu de la provincia sobrevuela las conversaciones, la
personalidad del hachero se asienta en los diálogos. Hombres que no son
literatos ni oradores hablan de él con una fuerza y una ruda belleza que
emociona. Una escultura de Delgado -en la casa del diario “El Liberal”-[1] lo muestra
con el pie derecho sobre un tronco y el hacha en la mano, mirando, mirando
hacia adelante, sin gesto, hecho de pura fuerza.
En Santiago, el
hachero es tradición, historia, una figura en las novelas, una anécdota
regional ¿Pero nada más? Si, muchísimo más: trabaja y vive en el día de hoy de
la misma manera que hace ochenta años. Su sujeción, su pobreza, su desgastarse
irremediable en la canción destructora del hacha, son iguales a cuando empezó a
labrar los durmientes que hoy soportan todas las vías del país. Y después de
asegurar tanto a tantos, él no tiene hoy un gramo de seguridad. Sin médicos ni
escuelas ni viviendas, soporta su vieja condena. Y una nueva: la de ser
personaje sin poder ser persona.
“A la muy Noble y Leal
Santiago del Estero, Madre de Ciudades”.[2] Así repite
algún escudo y muchas actas coloniales. Madre de ciudades: de allí salieron las
expediciones que fundaron Salta, Tucumán, La Rioja. “Pero después de dar tanta
vida, la madre ha envejecido -me dice un santiagueño-. Parece que sus arrugas
le pesaran demasiado, y debe ver a sus hijas grandes y ricas. Después de
abrirse como un sol hacia los cuatro puntos cardinales, se ha quedado sin
brillo”.
No, tal vez no tenga
brillo. Si pensamos en el brillo como lustre, como forma cuidada, Santiago no
lo tiene. Muestra su cara limpia, con algo de arrogante humildad y de descuido.
Pero tiene tantas otras cosas. Por ejemplo, esa condensación de sabiduría
existencial que muestran los provincianos, engarzada de dichos populares: la más
humana de las filosofías. “No, no somos civilizados si eso significa autos y
heladeras –me decían-, pero si cultos. Cualquiera de esos pobrecitos (los “lustrines”, primer oficio de chicos
pobres) filosofa a diario, porque desde que sabe caminar se ve obligado a
pensar las cosas que la vida le da o quita”. La vida dando o quitando, como un
enemigo o como un benefactor, pero siempre fuera de uno, como un “otro”. Esa es
la reflexión que surge de una amargura hecha de tantas cosas.
Y sin embargo, las
actitudes no son tristes sino sonrientes, con un profundo ingenio y un
trabajado sentido del humor. La ecuación pena-alegría se resuelve en música. Y
sobre todo en un género especial y santiagueñísimo: la chacarera. Como todas
las músicas verdaderamente populares, la chacarera es una manera de sentir.
Rápida, golpeada, casi siempre tiene humor aunque no sea alegre. Y esa manera
de sonreír aun de la tristeza, ha necesitado años para lograrse. Años de los
que, por ejemplo, ha carecido el tango, que no es sino decididamente triste o
burlón: jamás alegre.
Una fuerte
presencia del pasado puede ser una rémora a veces, pero en medio de un espíritu
sano es casi una virtud. El pueblo que sabe cómo fue sabe también cómo es; si
conoce y reconoce a diario las fibras de su ser, puede realizar con éxito el
difícil y casi milagroso proceso de la “re-creación”. O sea, devenir una nueva
forma, ser de una manera a la vez vieja y nueva, pero mejor. Acaso porque esto
se intuye, Santiago del Estero tiene, aunque a menudo se oculte, un rostro
especial: el de la esperanza.
Fuente: Revista Histonium N° 336, mayo-junio de 1967,
pp. 34-35. Buenos Aires
Post-scriptum
Pasado ya medio siglo desde su publicación,
pude hoy releer esta nota gracias al tipeado y edición realizado por Johana, a
quien agradezco en primer lugar. Es una de las tres que publiqué ese año, luego
de una estancia de 23 días en la provincia, durante el mes de enero. cuyos incidentes
describí en mi libreta de viaje (“Agenda Shorthorn 1967”, inédito).
Yendo a la nota en sí, veo en su contenido la
intención periodística y social, explicables porque entonces trabajaba de
cronista en la revista El Mensajero, mientras
prolongaba mi estudio de sociología en la UCA: luego de seis años apenas había
llegado a la mitad de la carrera, pero eran suficientes para que hubiera internalizado
el rol.
En sus párrafos veo algunos temas que
aparecen como constantes en mis escritos posteriores, desde la descripción del
escenario, la importancia concedida a la geografía y a la historia hasta llegar
a la economía forestal y las condiciones de trabajo de los hacheros. La música
aparece como rostro visible del corpus cultural y la esperanza como su cifra
oculta.
Uno de mis entrevistados me habló de Di
Lullo, pero hasta entonces no lo había leído; tampoco a Canal Feijóo ni a
Kusch.
[1] Hoy situada en la sucursal del
Banco de la Nación, 24 de septiembre esq. 9 de Julio.
[2] El título de “muy Noble” fue
concedido por el rey Felipe II en 1577. El agregado de “y Leal” proviene de
Orestes Di Lullo, que lo difundió en sus libros a mediados del siglo XX
(Referencia de Antonio V. Castiglione).
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