viernes, 17 de octubre de 2014

La cuestión del barco

La nave boga través de la historia, con sencillo gesto de canoa artesanal o con la máscara de hierro del portaaviones y el destroyer. Símbolo del ingenio y la audacia, la navegación contiene epopeyas y tragedias de la historia y el cotidiano. A veces nuestro barco encalla en aguas chichas, otras se lanza a esas temerarias aventuras en aguas revueltas que le gustaba contar a Homero cuando se jubiló. La historia de la tecnología y la cultura se entrelazan en una metáfora vital de extraordinaria fuerza. Somos capitanes de una nave, la nuestra, y desempeñamos muchos oficios en las ajenas. Allí aprendimos algo acerca de la grumetería, la pesca de ballenas blancas, el envasado de atún y la confección de camisas en alta mar. Las empresas cambian con el tiempo, y a nuestro gremio le toca mantener la nave en su ruta prevista, en equilibro sobre el líquido elemento como un delfín a punto de volar, sostenido por el misterioso punto de carena, que está siempre bajo el agua.
Nuestra presencia ante cada otro/a requiere bajar anclas en algunos casos y levantarlas en otros. Algo parecido nos sucedió cuando visité el archipiélago de las teorías históricas, del que regresé con harta bibliografía en la bodega, y algunos mapas interesantes. Nutrido de nuevas teorías me enfrenté con un viejo problema: ¿cómo describir un mundo cambiante, en tiempo geológico y coordenadas, y aún en el espiritual del navegante?
Perdido en el mar de las interpretaciones, creo haberme salvado de la zozobra, a punto de la cual siempre se debe estar, mediante un clásico recurso: el cuaderno de bitácora. Porque es diario, es memoria de hoy, que mañana será el día que pasó.

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