miércoles, 22 de julio de 2015

Santiago y sus lenguas

Santiago en su 462° aniversario
¿Qué idiomas se hablan en tu tierra?

La legendaria historia de esta ciudad y la región que la sustenta ha sido estudiada desde diversos ángulos y perspectivas a lo largo del tiempo, pero muchos otros se abren a diario, pues el pasado es algo que está a punto de suceder en cualquier momento.

De eso me di cuenta la semana pasada, cuando Volga F., una amiga rusa conocida por Internet, me hizo la pregunta. Como ella se dedica a la arqueología socio-lingüística, no podía responderle con los datos de las guías turísticas y hasta Wikypedia, según las cuales en Santiago del Estero el habla se limita al español, y en menor medida el quichua llamado santiagueño.

Según la audaz hipótesis de esta investigadora, todas las lenguas que fueron habladas en el pasado dejaron su huella, y están aún vivas en la memoria de la región. Me tomé unos días para indagar en las fuentes que su método recomienda, y luego le respondí de este modo.

“Estimada Volga F. Su pregunta me condujo a una búsqueda cuyos resultados me sorprendieron, pues ignoraba el pasado del habla en esta región. Para no demorarme ahora en un farragoso informe técnico, resumí los hallazgos en breves notas, que a mi pedido Walden tradujo en el dibujo de un árbol de las lenguas, que le adjunto.

En su cuadro se despliega la historia de 1000 años en cinco fases, que, desde abajo hacia arriba, van desde la formativa hasta el presente. En la primera, que equivale a las raíces, la Mesopotamia se puebla de lenguas traídas por corrientes migratorias andinas, pampeanas y chaqueñas.

Hay luego una fase organizativa originaria en la que los pueblos se organizan en señoríos regionales, dominando las serranías, las regiones ribereñas y los bosques aledaños. Un mosaico de lenguas antiguas y recientes que se asimilan o compiten.

Observará que la conquista española redujo el amplio mosaico del habla en la región, obligando al uso del español de Castilla (y el latín romano en el ámbito eclesial) y estableciendo el quichua como panlingua para el trato con la casta de indios. Ya conviviendo con las lenguas africanas, el idioma local popular tomará particulares características, que se resumirán en un singular acento en el decir (la tonada y la ese aspirada) y el sentir que lo nutre (mágico, naturalista, intimista).

Hacia 1880, al iniciarse la gran inmigración, la región de Santiago era ya un reducto idiomático de transición entre las regiones andinas y chaqueñas, en la que penetraron las corrientes inmigratorias de la etapa moderna. Llegaron entonces idiomas de Europa y el Cercano Oriente, constituyendo otro complejo mosaico que no desapareció, pero fue gradualmente asimilado por el “santiagueño básico”.

Ya en el presente, refiriéndome a los últimos 50 años, le diré que el habla del lugar se está repoblando de variantes dialectales propias de subculturas profesionales, y de clase, por lo que el ciudadano medio aspira a ser tan políglota como pueda. Las jergas medicinales, religiosas, mediáticas, políticas, económicas, carcelarias o meramente coloquiales, conviven con el diálogo digital con el cajero automático y los celulares. No ha llegado aún el voto electrónico, pero las encuestas telefónicas ya se responden apretando una tecla.

El apetito idiomático se registra en las aulas, donde se enseña principalmente inglés, pero también francés, italiano y portugués. Hay investigadores que se ocupan de las lenguas quichua, árabe, afro, vascuence, así como del esperanto, la estenografía y la signografía del antes llamado “arte rupestre”.

Esta rápida florescencia de la modernidad emergente nos habla en términos de una Babel ascendente pero feudalizada, que nos alerta ante la confusión y nos exige nuevamente buscar la lengua apropiada para nuestro momento y circunstancia. Por eso, sin abusar de localismo, diré que la propia forma de hablar, en cuanto sintaxis, discurso y sonido, es un yacimiento profundo que necesita protección, ante el riesgo de ser eviscerado por la globalidad rampante.

Me refiero al santiagueño básico, variante léxico expresiva que habiendo atravesado airosamente 4,6 siglos de exigentes peripecias, se sostiene mediante la transmisión oral en la familia y la calle, la cancha y el recreo, la plaza, la radiofonía y el manifiesto.

Recordar a quienes estudiaron este tema es también un recorrido histórico: desde los sacerdotes Bárzana, Machoni y Mossi hasta Carlos Abregú Virreyra y Orestes Di Lullo. Los aportes de Domingo Bravo, Sixto Palavecino y Elvio Haroldo Ávila –entre otros- nos ayudaron a valorar este hito idiomático. Desde la literatura, muchos autores han utilizado el habla popular como medio de su narrativa: solo acierto a citar a  Andrónico Gil Rojas, Jorge Washington Ábalos, Clementina Rosa Quenel, Cristóforo Juárez, Durval Abdala y Gastón Zalazar. No me olvido de Graciela Alicia López y Jorge Rosenberg, sabiendo que la lista es más larga.

Por último, la poesía y el cancionero ilustran con numerosas piezas, frases y palabras la entonación de este tipo de discurso, ya clásico pero en riesgo, que hoy reclama la visita del oidor Alfaro, o recopiladores como Andrés Chazarreta, Isabel Aretz o Leda Valladares, trasladados al presente donde el folklore no está lejano de la ciencia política."

Hasta allí fue mi carta, y después de enviarla me quedé con mis pensamientos. Que la ciudad ha crecido no hay duda, y cabe celebrar su florecimiento económico y urbanístico que habla de un nuevo tiempo. Para nombrarlo, eso sí, necesitamos las antiguas lenguas que esta ciudad cobijó, alentó o reprimió, según los tiempos. Abierta hoy a una memoria de larga duración, se nutre en las palabras que la fundaron.