Santiago en su 462° aniversario
¿Qué idiomas
se hablan en tu tierra?
La legendaria historia de esta ciudad y la región que la
sustenta ha sido estudiada desde diversos ángulos y perspectivas a lo largo del
tiempo, pero muchos otros se abren a diario, pues el pasado es algo que está a
punto de suceder en cualquier momento.
De eso me di cuenta
la semana pasada, cuando Volga F., una amiga rusa conocida por Internet, me
hizo la pregunta. Como ella se dedica a la arqueología socio-lingüística, no
podía responderle con los datos de las guías turísticas y hasta Wikypedia,
según las cuales en Santiago del Estero el habla se limita al español, y en menor medida
el quichua llamado santiagueño.
Según la audaz hipótesis de esta investigadora, todas las
lenguas que fueron habladas en el pasado dejaron su huella, y están aún vivas
en la memoria de la región. Me tomé unos días para indagar en las fuentes que
su método recomienda, y luego le respondí de este modo.
“Estimada Volga F. Su pregunta me condujo a una búsqueda
cuyos resultados me sorprendieron, pues ignoraba el pasado del habla en esta
región. Para no demorarme ahora en un farragoso informe técnico, resumí los
hallazgos en breves notas, que a mi pedido Walden tradujo en el dibujo de
un árbol de las lenguas, que le adjunto.
En su cuadro se despliega la historia de 1000 años en cinco
fases, que, desde abajo hacia arriba, van desde la formativa hasta el presente.
En la primera, que equivale a las raíces, la Mesopotamia se puebla de lenguas
traídas por corrientes migratorias andinas, pampeanas y chaqueñas.
Hay luego una fase organizativa originaria en la que los pueblos se organizan en señoríos regionales, dominando las serranías, las regiones ribereñas y los bosques aledaños. Un mosaico de lenguas antiguas y recientes que se asimilan o compiten.
Observará que la conquista española redujo el amplio mosaico del habla en la
región, obligando al uso del español de Castilla (y el latín romano en el ámbito eclesial) y estableciendo el quichua como
panlingua para el trato con la casta de indios. Ya conviviendo con las lenguas
africanas, el idioma local popular tomará particulares características, que se
resumirán en un singular acento en el decir (la tonada y la ese aspirada) y el sentir que lo nutre
(mágico, naturalista, intimista).
Hacia 1880, al iniciarse la gran inmigración, la región de
Santiago era ya un reducto idiomático de transición entre las regiones andinas
y chaqueñas, en la que penetraron las corrientes inmigratorias de la etapa
moderna. Llegaron entonces idiomas de Europa y el Cercano Oriente, constituyendo
otro complejo mosaico que no desapareció, pero fue gradualmente asimilado por
el “santiagueño básico”.
Ya en el presente, refiriéndome a los últimos 50 años, le
diré que el habla del lugar se está repoblando de variantes dialectales propias
de subculturas profesionales, y de clase, por lo que el ciudadano medio aspira
a ser tan políglota como pueda. Las jergas medicinales, religiosas, mediáticas,
políticas, económicas, carcelarias o meramente coloquiales, conviven con el
diálogo digital con el cajero automático y los celulares. No ha llegado aún el
voto electrónico, pero las encuestas telefónicas ya se responden apretando una
tecla.
El apetito idiomático se registra en las aulas, donde se
enseña principalmente inglés, pero también francés, italiano y portugués. Hay
investigadores que se ocupan de las lenguas quichua, árabe, afro, vascuence,
así como del esperanto, la estenografía y la signografía del antes llamado
“arte rupestre”.
Esta rápida florescencia de la modernidad emergente nos habla en términos de una Babel ascendente pero feudalizada, que nos alerta ante la confusión y nos exige nuevamente buscar la lengua apropiada para nuestro momento y circunstancia. Por eso, sin abusar de localismo, diré que la propia forma de hablar, en cuanto sintaxis, discurso y sonido, es un yacimiento profundo que necesita protección, ante el riesgo de ser eviscerado por la globalidad rampante.
Me refiero al santiagueño
básico, variante léxico expresiva que habiendo atravesado airosamente 4,6
siglos de exigentes peripecias, se sostiene mediante la transmisión oral en la
familia y la calle, la cancha y el recreo, la plaza, la radiofonía y el manifiesto.
Recordar a quienes estudiaron este tema es también un
recorrido histórico: desde los sacerdotes Bárzana, Machoni y Mossi hasta Carlos
Abregú Virreyra y Orestes Di Lullo. Los aportes de Domingo Bravo, Sixto
Palavecino y Elvio Haroldo Ávila –entre otros- nos ayudaron a
valorar este hito idiomático. Desde la literatura, muchos autores han utilizado
el habla popular como medio de su narrativa: solo acierto a citar a Andrónico Gil Rojas, Jorge Washington Ábalos,
Clementina Rosa Quenel, Cristóforo Juárez, Durval Abdala y Gastón Zalazar. No me olvido de Graciela Alicia López y
Jorge Rosenberg, sabiendo que la lista es más larga.
Por último, la poesía y el cancionero ilustran con numerosas
piezas, frases y palabras la entonación de este tipo de discurso, ya clásico
pero en riesgo, que hoy reclama la visita del oidor Alfaro, o
recopiladores como Andrés Chazarreta,
Isabel Aretz o Leda Valladares, trasladados al presente donde el folklore no
está lejano de la ciencia política."