En el día de l@s sociólog@s
El sueño en los
pliegues
Es cierto. No nos conocíamos. Pero este es un
buen momento para re-conocernos, y hablar de algo de lo que no siempre
hablamos.
Es algo que está entre los pliegues de nuestra
profesión, alejado del título y la calculadora, pero cerca del cuaderno de
notas. Es algo poco perceptible a primera vista, porque ya sabemos que lo
esencial es invisible a los ojos, pero ilumina todo lo que hacemos. Algo que se
encuentra en la trastienda de nuestra identidad supuesta, aquella que se adopta
una y otra vez, hasta que llega a convertirse en nuestro verdadero rostro. Algo
próximo y distante, intangible y mínimo.
Se trata, nada menos, del sueño de hacer
sociología. Los planes de estudio no hablan de él, porque se supone que no
agrega incumbencias. No figura en el perfil del graduado, y tal vez sea mejor
así. ¿Cómo ponderar un sueño, cómo medirlo y pesarlo en un concurso? ¿Cómo
definirlo, operacionalmente? Es difícil, muy difícil. Pero creo que a
Lazarsfeld –o quien lo reemplace en esa tarea- se le ocurriría cómo hacerlo, en
caso de que la Dirección de Políticas Universitarias se lo solicitara.
Pero creo que es poco probable que eso suceda.
Aunque naciones y estados son también, en parte al menos, sueños cristalizados,
la categoría no forma parte aún de la utilería de la burocracia. Hasta ahora,
los sueños y las ensoñaciones han sido cosa de místicos y poetas, de opiómanos,
adivinos y analistas. Creo que fue Calderón de la Barca quien describió lo
sueños diciendo que eran “ingrávidos y sutiles... como pompas de jabón”. Y
luego anotó este axioma inapelable: “Pues toda la vida es sueño / y los sueños,
sueños son”. Partiré de esta frase, a falta de otra bibliografía.
Aceptamos la existencia de los sueños, y su
capacidad de teñir la existencia. Pues bien, creo que hay un sueño –o varios-
que contribuyeron a definir la condición del sociólogo a lo largo de la
historia, desde tiempo remotos. No es necesario hacer una lista; sería
demasiado extensa. Pero sí sabemos que esos sueños se han transmitido y se
siguen transmitiendo, en medio de los pliegues de nuestra formación y nuestro
trabajo. Nunca es igual; cada uno le agrega algo y lo personaliza. Uno lo hace
crecer, otro lo recorta, el tercero lo guarda para otro momento, y el cuarto,
por fin, lo analiza.
Ahora que lo pienso, este sueño es muchos, o
por lo menos tiene varios tamaños y presentaciones. A veces, como cajas chinas,
uno contiene a otro, y un tercero a ambos. Otras, son como sinuosas columnas de
humo que se entrelazan o se alejan. Las distinguiré por sus tonalidades, por el
color que según creo trasuntan las ideas. Comienzo una breve lista, que podrás
ampliar o reducir a tu gusto, pues hoy el conocimiento es, ya lo sabemos, tarea
compartida.
El sueño teórico-metodológico
Es el sueño del conocimiento de la sociedad,
de sus regularidades y códigos invisibles; se trata de comprenderla,
explicarla, y postularla. A este lo veo de tonos fríos, azulado. Es semejante a
un acertijo mental. Habla a la mente, y en este punto su lenguaje está hecho de
proposiciones que enuncian parecidos, correspondencias o correlaciones, causas
y efectos. Contiene a la fuerza reflexiva de la intelección, del logos.
Quien sueña este sueño se siente invitado, aunque temeroso, al banquete de la
teoría. A este lugar sólo se asiste trayendo algún alimento, por eso el
sociólogo debe trabajar primero el campo, para producirlo. No siempre se
satisface el apetito en esta mesa; pero no se pasan necesidades, porque muchos
han trozado los alimentos para comer sólo lo que deseaban, y han dejado
abandonadas las sobras. No obstante, el banquete siempre se reinicia, hay
nuevos invitados. A veces un joven audaz escandaliza a los otros comensales,
diciéndoles que estaban consumiendo vino picado o carne podrida, y propone
nuevos manjares y elixires. Cuando ese sucede, según Khun, se ha abierto un
tiempo de revolución. Entonces, se quitan las migas y se cambia el mantel, o
paradigma.
El sueño de cambiar el mundo
Este sueño tiene matices cálidos, del sepia al
bordó, que incluyen el rojo, desde luego. Esta es la gama en que se expresa el
sueño de la transformación de la sociedad. Aquellos alimentos del banquete,
tienen que poder ser utilizados para mejorar las mesas del pueblo, y paliar la
desnutrición evidente. Pudo definirse con la palabra “revolución”, y también
con la idea de que “un mundo mejor es posible”. La microhistoria de este tipo
de acción social, también llamado praxis, puede nutrirse de muchas otras
expresiones. Se trata de un sueño maravilloso y difícil, tan deslumbrante como
el sueño teórico, pero con otros rasgos y dificultades que le son propias. Uno
de ellos es que además de la razón compromete la sensibilidad, las emociones, y
eventualmente las pasiones.
El sueño de la profesión
Hay, por fin, un sueño verde, como de hojas de
hierba. Es el sueño de la reproducción, del vivir, del servir, de ser útil sin
necesidad de ser idiota, de estar disponible para esas funciones especializadas
que tienen que ver con la hojalatería social, las reparaciones en la
arquitectura institucional envejecida. Ya sea en el espacio del aula o del
hogar, el club, la comisión vecinal, la cámara de comercio, la Liga de los
Pelirrojos (Conan Doyle) o el Club de los Doce Pescadores (Chesterton), el
sociólogo encuentra que en este sueño siempre tiene algo que hacer. Y tendrá
que demostrar que puede ser contratado para ello. La imagen de una disciplina
que desarrolle competencias técnicas es tentadora, y todas las artes y oficios
lo persiguen. A este sueño lo llamaré simplemente, el de la profesión.
¿Cómo han gravitado estos sueños en mi
formación, o más bien, como he flotado en ellos? Son el desideratum de
lecturas, anotaciones, conversaciones y elucubraciones. No compiten, se
complementan. Cada uno, por otra parte, necesita del otro. Los he practicado,
creo, a todos, aunque ninguno aprendí del todo bien. Siempre tengo ganas de
teorizar, de ganarme la vida, de jugar, y de cambiar el mundo. Porque uno sueña
a lo largo de toda la vida, en coordenadas imprecisas de lugar y tiempo. Los
sueños son resistentes; el escalpelo de la costumbre los debilita, pero no
puede extinguirlos. Los sueños se transforman. Como algunos cursos de agua, a
veces se sumergen en el largo tiempo enterrado. En algún lugar rebrotan.
Estos sueños no son personales ni exclusivos;
provienen del recorrido que hice, junto con la sociología, por los caminos del
conocimiento. Son de época, tanto como un Chianti cosecha 1943, o un
Citröen 2CV modelo 1969. Tus sueños, serán, probablemente, distintos. Pero
hasta que no los conozca no sabré, de veras, cuáles son los tonos de la
profesión a la que creemos pertenecer. Y te cuento lo que aprendí andando por
ahí: que además de lo dicho en el curriculum vitae, hay que hablar de
los sueños.
Nota: Como el vino que mencioné, esta nota está añejada desde la cosecha de 1998.