domingo, 3 de junio de 2018

Carta de un sociólogo intimista a Otr@


En el día de l@s sociólog@s

 El sueño en los pliegues


Es cierto. No nos conocíamos. Pero este es un buen momento para re-conocernos, y hablar de algo de lo que no siempre hablamos.

Es algo que está entre los pliegues de nuestra profesión, alejado del título y la calculadora, pero cerca del cuaderno de notas. Es algo poco perceptible a primera vista, porque ya sabemos que lo esencial es invisible a los ojos, pero ilumina todo lo que hacemos. Algo que se encuentra en la trastienda de nuestra identidad supuesta, aquella que se adopta una y otra vez, hasta que llega a convertirse en nuestro verdadero rostro. Algo próximo y distante, intangible y mínimo.

Se trata, nada menos, del sueño de hacer sociología. Los planes de estudio no hablan de él, porque se supone que no agrega incumbencias. No figura en el perfil del graduado, y tal vez sea mejor así. ¿Cómo ponderar un sueño, cómo medirlo y pesarlo en un concurso? ¿Cómo definirlo, operacionalmente? Es difícil, muy difícil. Pero creo que a Lazarsfeld –o quien lo reemplace en esa tarea- se le ocurriría cómo hacerlo, en caso de que la Dirección de Políticas Universitarias se lo solicitara.

Pero creo que es poco probable que eso suceda. Aunque naciones y estados son también, en parte al menos, sueños cristalizados, la categoría no forma parte aún de la utilería de la burocracia. Hasta ahora, los sueños y las ensoñaciones han sido cosa de místicos y poetas, de opiómanos, adivinos y analistas. Creo que fue Calderón de la Barca quien describió lo sueños diciendo que eran “ingrávidos y sutiles... como pompas de jabón”. Y luego anotó este axioma inapelable: “Pues toda la vida es sueño / y los sueños, sueños son”. Partiré de esta frase, a falta de otra bibliografía.

Aceptamos la existencia de los sueños, y su capacidad de teñir la existencia. Pues bien, creo que hay un sueño –o varios- que contribuyeron a definir la condición del sociólogo a lo largo de la historia, desde tiempo remotos. No es necesario hacer una lista; sería demasiado extensa. Pero sí sabemos que esos sueños se han transmitido y se siguen transmitiendo, en medio de los pliegues de nuestra formación y nuestro trabajo. Nunca es igual; cada uno le agrega algo y lo personaliza. Uno lo hace crecer, otro lo recorta, el tercero lo guarda para otro momento, y el cuarto, por fin, lo analiza.

Ahora que lo pienso, este sueño es muchos, o por lo menos tiene varios tamaños y presentaciones. A veces, como cajas chinas, uno contiene a otro, y un tercero a ambos. Otras, son como sinuosas columnas de humo que se entrelazan o se alejan. Las distinguiré por sus tonalidades, por el color que según creo trasuntan las ideas. Comienzo una breve lista, que podrás ampliar o reducir a tu gusto, pues hoy el conocimiento es, ya lo sabemos, tarea compartida.

El sueño teórico-metodológico

Es el sueño del conocimiento de la sociedad, de sus regularidades y códigos invisibles; se trata de comprenderla, explicarla, y postularla. A este lo veo de tonos fríos, azulado. Es semejante a un acertijo mental. Habla a la mente, y en este punto su lenguaje está hecho de proposiciones que enuncian parecidos, correspondencias o correlaciones, causas y efectos. Contiene a la fuerza reflexiva de la intelección, del logos. Quien sueña este sueño se siente invitado, aunque temeroso, al banquete de la teoría. A este lugar sólo se asiste trayendo algún alimento, por eso el sociólogo debe trabajar primero el campo, para producirlo. No siempre se satisface el apetito en esta mesa; pero no se pasan necesidades, porque muchos han trozado los alimentos para comer sólo lo que deseaban, y han dejado abandonadas las sobras. No obstante, el banquete siempre se reinicia, hay nuevos invitados. A veces un joven audaz escandaliza a los otros comensales, diciéndoles que estaban consumiendo vino picado o carne podrida, y propone nuevos manjares y elixires. Cuando ese sucede, según Khun, se ha abierto un tiempo de revolución. Entonces, se quitan las migas y se cambia el mantel, o paradigma.

El sueño de cambiar el mundo

Este sueño tiene matices cálidos, del sepia al bordó, que incluyen el rojo, desde luego. Esta es la gama en que se expresa el sueño de la transformación de la sociedad. Aquellos alimentos del banquete, tienen que poder ser utilizados para mejorar las mesas del pueblo, y paliar la desnutrición evidente. Pudo definirse con la palabra “revolución”, y también con la idea de que “un mundo mejor es posible”. La microhistoria de este tipo de acción social, también llamado praxis, puede nutrirse de muchas otras expresiones. Se trata de un sueño maravilloso y difícil, tan deslumbrante como el sueño teórico, pero con otros rasgos y dificultades que le son propias. Uno de ellos es que además de la razón compromete la sensibilidad, las emociones, y eventualmente las pasiones.

El sueño de la profesión

Hay, por fin, un sueño verde, como de hojas de hierba. Es el sueño de la reproducción, del vivir, del servir, de ser útil sin necesidad de ser idiota, de estar disponible para esas funciones especializadas que tienen que ver con la hojalatería social, las reparaciones en la arquitectura institucional envejecida. Ya sea en el espacio del aula o del hogar, el club, la comisión vecinal, la cámara de comercio, la Liga de los Pelirrojos (Conan Doyle) o el Club de los Doce Pescadores (Chesterton), el sociólogo encuentra que en este sueño siempre tiene algo que hacer. Y tendrá que demostrar que puede ser contratado para ello. La imagen de una disciplina que desarrolle competencias técnicas es tentadora, y todas las artes y oficios lo persiguen. A este sueño lo llamaré simplemente, el de la profesión.

¿Cómo han gravitado estos sueños en mi formación, o más bien, como he flotado en ellos? Son el desideratum de lecturas, anotaciones, conversaciones y elucubraciones. No compiten, se complementan. Cada uno, por otra parte, necesita del otro. Los he practicado, creo, a todos, aunque ninguno aprendí del todo bien. Siempre tengo ganas de teorizar, de ganarme la vida, de jugar, y de cambiar el mundo. Porque uno sueña a lo largo de toda la vida, en coordenadas imprecisas de lugar y tiempo. Los sueños son resistentes; el escalpelo de la costumbre los debilita, pero no puede extinguirlos. Los sueños se transforman. Como algunos cursos de agua, a veces se sumergen en el largo tiempo enterrado. En algún lugar rebrotan.

Estos sueños no son personales ni exclusivos; provienen del recorrido que hice, junto con la sociología, por los caminos del conocimiento. Son de época, tanto como un Chianti cosecha 1943, o un Citröen 2CV modelo 1969. Tus sueños, serán, probablemente, distintos. Pero hasta que no los conozca no sabré, de veras, cuáles son los tonos de la profesión a la que creemos pertenecer. Y te cuento lo que aprendí andando por ahí: que además de lo dicho en el curriculum vitae, hay que hablar de los sueños.

Nota: Como el vino que mencioné, esta nota está añejada desde la cosecha de 1998. 

viernes, 9 de marzo de 2018

Mujeres y hombres en marcha hacia un nuevo contrato social



A compañeras y compañeros del INDES.

Este año el 8 de marzo ha tenido (está teniendo) la resonancia más alta que recuerdo. Aunque se trata de una conmemoración ya extendida en todo Occidente desde hace décadas, es especialmente intensa su repercusión en Argentina, no menos que en Santiago del Estero, que tomaré como referencia.
Ayer
Hasta hace unos diez años, el Día Internacional de la Mujer era ocasión de actos protocolares organizados por instituciones públicas y privadas que otorgaban una distinción a mujeres destacadas en algún campo. La Cámara de Diputados de la provincia y el Concejo Deliberante de la capital organizaron no pocos, así como las universidades y numerosas asociaciones culturales.
En un escenario adornado con flores y cámaras de TV, luego de transcurrida media hora de anunciado el acto “hasta que vaya llegando gente”, como se decía, el Maestro de Ceremonias, micrófono en mano, anunciaba el inicio, agradeciendo su presencia a los funcionarios y público presente. Luego dejaba al locutor (cada vez más a menudo locutora) la lectura de la resolución, disposición, o texto equivalente emanado de la autoridad, que en sus considerandos (si los tenía) justificaba la entrega de un reconocimiento al mérito “a las siguientes mujeres destacadas este año”.
Antes que comenzase la lectura de la lista –que podía ser de 20 nombres- se preparaban los funcionarios que entregarían las distinciones, acomodándose el saco y la corbata, porque saldrían en la foto y la filmación.
¿Y en qué consistían las distinciones? Competían allí finas carpetas de cuerina azul donde constaba la “declaración de interés” de los diputados, cuadritos enmarcados por … (tachado) para colgar en las paredes, estatuillas de cerámica y otros objetos artesanales que decorarían el estante de los recuerdos de una mujer como una copa de fútbol el de un varón.
Luego venía la entrega, con el paso de las premiadas al escenario y el protocolo del saludo. Algunas veces se mencionó su profesión y trayectoria. Pocas veces se les ofreció el micrófono. El acto era emocionante de todos modos, y cada mujer presentaba una historia junto a quienes la acompañaban. El aplauso siempre fue extendido.
Hoy
Pues bien, este tipo de acto, aun sin haber desaparecido ni exponerse todavía a ser trasladado al arcón de los recuerdos, ya no ocupa la escena del presente. El día de la mujer ha pasado de juego floral a batalla campal. Los principales actos se realizan en la Plaza Libertad, que cumple una vez más su rol de cámara de eco de los movimientos sociales, representados por cada vez más numerosas asociaciones y ong´s locales, que han definido una nueva agenda. Ahora no se trata de un homenaje, sino de una protesta y un reclamo.
Es notoria la presencia de las jóvenes, así como sus carteles y cantos o el apasionado tono de los discursos. No faltan hombres, y es creciente su número, ya que sus demandas son compartidas por quienes trabajamos por una nueva masculinidad. A la vez, han crecido los espacios de debate en las instituciones y los medios, en las que se cruzan muchas disciplinas con diversos enfoques teóricos, así como concepciones religiosas y filosóficas que han ampliado diálogos y confrontaciones de alto voltaje.
Pasados ya los tiempos del “cupo femenino”, a comienzos de la última década la ley de Salud Sexual y Reproductiva ocupó el centro del debate. En los últimos años otros temas la desplazaron: la violencia contra las mujeres, y el derecho al aborto legal.
Causas
Trataré de analizar las causas que pudieran explicar este conjunto de hechos. En un plano demográfico, el crecimiento de la tasa de urbanización y el del nivel educativo de las mujeres –ambas en notoria evolución desde comienzos del siglo XX hasta hoy- guardan relación con el descenso de la tasa de natalidad en el mismo período. ¿Qué significa esto sino un proceso de autonomía creciente, que fue reflejado por la literatura y el folklore?
Los nuevos términos del debate son los mismos de los comienzos del feminismo aunque resignificados. Involucra al cuerpo de la mujer –tanto si es trabajadora, esposa y madre como si no lo fuera- y de su voluntad para gobernarlo y defenderlo. Junto a las revoluciones obreras y campesinas y otras que las siguieron, las mujeres protagonizan otra que está a nuestra vista. Es claramente emancipatoria, y mucho más amplia que las anteriores; postula una crítica al patriarcado y la subordinación impuesta a su género, y promueve una legitimación de su paridad con los hombres, tanto en la esfera familiar como en la laboral.
Luego, se observa un cambio generacional considerable (si no abrupto) en las mentalidades, las leyes (el voto femenino en 1949) y la economía, y con ellas los modelos de familia proporcionados por las instituciones rectoras de la moral pública, que pasaron del patriarcal al victoriano, de la familia extensa a la nuclear, de la ilegitimidad al matrimonio etc.
Pero es obvio que las familias no surgen solo del marco normativo de la cultura –cuya última expresión es la ley- sino también de la práctica o las artes de hacer (De Certeau), por lo que configura un ejercicio político de gran importancia para todo el orden social. Creo que los cambios producidos en las sociedades de tipo tradicional que están sometidas a la transición a la “modernidad” y la “globalización” forzosas –como es el caso de Santiago del Estero- entrañan profundas transformaciones en la esfera de la sociabilidad, la familia y la política.
Mañana
El núcleo de la discusión lo resume un título de Raymond Aron: “¿Podremos vivir juntos?”. En “Nosotros y los miedos”, George Duby expuso los miedos del año 1000 comparados con los de un milenio después. El miedo al bárbaro pudo ser sucedido por el miedo al otro, en este caso un enemigo íntimo, especie de quinta columna o de alien instalado en nuestro entorno. Así como existe una teoría de la lucha de clases (Marx y Engels), la hay de las generaciones (Bioy Casares “Diario de la guerra del cerdo”) y podemos preguntarnos acerca del riesgo de una lucha de géneros (la plantea el film "La guerra de los Rose").
Por ello, pensando que intervenimos en un proceso de larga duración, creo debemos pensar en la necesidad de un nuevo contrato social, cuyos términos ya están esbozados para la coyuntura pero que necesitan de un horizonte de futuro. Cuando Juan Jacobo Rousseau escribió su hoy clásico libro, estaba abogando por los derechos de una clase –la naciente burguesía- en el espacio económico y político, que al mismo tiempo había asumido como “natural” la subordinación de las mujeres. Por eso Carol Pateman plantea la necesidad de un previo contrato sexual, indispensable para que el social se sostenga.
Sabemos que las conquistas legales son un paso adelante, pero la utopía que guía este proyecto no se logrará sino mediante la construcción de valores, pensamiento, sensibilidad y práctica. Creo que esa es la tarea a realizar juntos y juntas.

sábado, 3 de marzo de 2018

Los muchos rostros de la misma tierra

por Alberto Tasso


El pasado de una región es tan rico, variado y misterioso como el de un hombre. No es fácil desentrañarlo, y antes que intentar un análisis total –seguramente con omisiones y excesos- es preferible andar y mirar, tratando de que todo sea nuevo para los ojos.


N
o se puede mirar hacia arriba. El sol de enero es demasiado fuerte y de nada vale secarse una y otra vez la frente. Las dos ruedas de “la zorra” cargada de troncos han mordido el camino de tierra hasta dejarle dos profundos surcos zigzagueantes. Cada tanto, un mistol o un quebracho tienden su brazo sobre el camino: agacharse, pararse. El camino da vueltas, siempre recortado en el monte. Y siempre parece ser la misma razón de todo: siempre esa tierra dura y calcinada, siempre ese monte prolongado y denso, siempre ese sol, siempre esa sed.
Al hablar de Santiago tiene prioridad su geografía. Uno piensa en las maneras en que la tierra determina al hombre: como lo limita o lo libera, cómo establece sus ocupaciones, la forma y el material de sus casas, cómo moldea su temperamento. Santiago y la aridez. Santiago y la pobreza. Santiago y la contemplación. ¿Cuánto le debe el carácter de los santiagueños a su tierra? Evidentemente, mucho. Así, el santiagueño se ha hecho con rasgos de dureza, de espiritualidad, de ocio, de humor, de canción. Y de amargura.
La solidez granítica del quebracho, con su grandeza casi legendaria, creó una nueva raza, con igual solidez y leyenda: los hacheros ya habían atado su vida a la muerte del monte. Apenas el espíritu de la provincia sobrevuela las conversaciones, la personalidad del hachero se asienta en los diálogos. Hombres que no son literatos ni oradores hablan de él con una fuerza y una ruda belleza que emociona. Una escultura de Delgado -en la casa del diario “El Liberal”-[1] lo muestra con el pie derecho sobre un tronco y el hacha en la mano, mirando, mirando hacia adelante, sin gesto, hecho de pura fuerza.
En Santiago, el hachero es tradición, historia, una figura en las novelas, una anécdota regional ¿Pero nada más? Si, muchísimo más: trabaja y vive en el día de hoy de la misma manera que hace ochenta años. Su sujeción, su pobreza, su desgastarse irremediable en la canción destructora del hacha, son iguales a cuando empezó a labrar los durmientes que hoy soportan todas las vías del país. Y después de asegurar tanto a tantos, él no tiene hoy un gramo de seguridad. Sin médicos ni escuelas ni viviendas, soporta su vieja condena. Y una nueva: la de ser personaje sin poder ser persona.
“A la muy Noble y Leal Santiago del Estero, Madre de Ciudades”.[2] Así repite algún escudo y muchas actas coloniales. Madre de ciudades: de allí salieron las expediciones que fundaron Salta, Tucumán, La Rioja. “Pero después de dar tanta vida, la madre ha envejecido -me dice un santiagueño-. Parece que sus arrugas le pesaran demasiado, y debe ver a sus hijas grandes y ricas. Después de abrirse como un sol hacia los cuatro puntos cardinales, se ha quedado sin brillo”.
No, tal vez no tenga brillo. Si pensamos en el brillo como lustre, como forma cuidada, Santiago no lo tiene. Muestra su cara limpia, con algo de arrogante humildad y de descuido. Pero tiene tantas otras cosas. Por ejemplo, esa condensación de sabiduría existencial que muestran los provincianos, engarzada de dichos populares: la más humana de las filosofías. “No, no somos civilizados si eso significa autos y heladeras –me decían-, pero si cultos. Cualquiera de esos pobrecitos  (los “lustrines”, primer oficio de chicos pobres) filosofa a diario, porque desde que sabe caminar se ve obligado a pensar las cosas que la vida le da o quita”. La vida dando o quitando, como un enemigo o como un benefactor, pero siempre fuera de uno, como un “otro”. Esa es la reflexión que surge de una amargura hecha de tantas cosas.
Y sin embargo, las actitudes no son tristes sino sonrientes, con un profundo ingenio y un trabajado sentido del humor. La ecuación pena-alegría se resuelve en música. Y sobre todo en un género especial y santiagueñísimo: la chacarera. Como todas las músicas verdaderamente populares, la chacarera es una manera de sentir. Rápida, golpeada, casi siempre tiene humor aunque no sea alegre. Y esa manera de sonreír aun de la tristeza, ha necesitado años para lograrse. Años de los que, por ejemplo, ha carecido el tango, que no es sino decididamente triste o burlón: jamás alegre.
Una fuerte presencia del pasado puede ser una rémora a veces, pero en medio de un espíritu sano es casi una virtud. El pueblo que sabe cómo fue sabe también cómo es; si conoce y reconoce a diario las fibras de su ser, puede realizar con éxito el difícil y casi milagroso proceso de la “re-creación”. O sea, devenir una nueva forma, ser de una manera a la vez vieja y nueva, pero mejor. Acaso porque esto se intuye, Santiago del Estero tiene, aunque a menudo se oculte, un rostro especial: el de la esperanza.

Fuente: Revista Histonium N° 336, mayo-junio de 1967, pp. 34-35. Buenos Aires


Post-scriptum

Pasado ya medio siglo desde su publicación, pude hoy releer esta nota gracias al tipeado y edición realizado por Johana, a quien agradezco en primer lugar. Es una de las tres que publiqué ese año, luego de una estancia de 23 días en la provincia, durante el mes de enero. cuyos incidentes describí en mi libreta de viaje (“Agenda Shorthorn 1967”, inédito).
Yendo a la nota en sí, veo en su contenido la intención periodística y social, explicables porque entonces trabajaba de cronista en la revista El Mensajero, mientras prolongaba mi estudio de sociología en la UCA: luego de seis años apenas había llegado a la mitad de la carrera, pero eran suficientes para que hubiera internalizado el rol.
En sus párrafos veo algunos temas que aparecen como constantes en mis escritos posteriores, desde la descripción del escenario, la importancia concedida a la geografía y a la historia hasta llegar a la economía forestal y las condiciones de trabajo de los hacheros. La música aparece como rostro visible del corpus cultural y la esperanza como su cifra oculta.
Uno de mis entrevistados me habló de Di Lullo, pero hasta entonces no lo había leído; tampoco a Canal Feijóo ni a Kusch.



[1] Hoy situada en la sucursal del Banco de la Nación, 24 de septiembre esq. 9 de Julio.
[2] El título de “muy Noble” fue concedido por el rey Felipe II en 1577. El agregado de “y Leal” proviene de Orestes Di Lullo, que lo difundió en sus libros a mediados del siglo XX (Referencia de Antonio V. Castiglione).