A compañeras y compañeros del INDES.
Este año el 8 de marzo ha tenido
(está teniendo) la resonancia más alta que recuerdo. Aunque se trata de una
conmemoración ya extendida en todo Occidente desde hace décadas, es
especialmente intensa su repercusión en Argentina, no menos que en Santiago del
Estero, que tomaré como referencia.
Ayer
Hasta hace unos diez años, el
Día Internacional de la Mujer era ocasión de actos protocolares organizados por
instituciones públicas y privadas que otorgaban una distinción a mujeres
destacadas en algún campo. La Cámara de Diputados de la provincia y el Concejo
Deliberante de la capital organizaron no pocos, así como las universidades y
numerosas asociaciones culturales.
En un escenario adornado con
flores y cámaras de TV, luego de transcurrida media hora de anunciado el acto “hasta
que vaya llegando gente”, como se decía, el Maestro de Ceremonias, micrófono en
mano, anunciaba el inicio, agradeciendo su presencia a los funcionarios y
público presente. Luego dejaba al locutor (cada vez más a menudo locutora) la
lectura de la resolución, disposición, o texto equivalente emanado de la
autoridad, que en sus considerandos (si los tenía) justificaba la entrega de un
reconocimiento al mérito “a las siguientes mujeres destacadas este año”.
Antes que comenzase la lectura
de la lista –que podía ser de 20 nombres- se preparaban los funcionarios que
entregarían las distinciones, acomodándose el saco y la corbata, porque
saldrían en la foto y la filmación.
¿Y en qué consistían las
distinciones? Competían allí finas carpetas de cuerina azul donde constaba la
“declaración de interés” de los diputados, cuadritos enmarcados por … (tachado)
para colgar en las paredes, estatuillas de cerámica y otros objetos artesanales
que decorarían el estante de los recuerdos de una mujer como una copa de fútbol
el de un varón.
Luego venía la entrega, con el
paso de las premiadas al escenario y el protocolo del saludo. Algunas veces se
mencionó su profesión y trayectoria. Pocas veces se les ofreció el micrófono.
El acto era emocionante de todos modos, y cada mujer presentaba una historia
junto a quienes la acompañaban. El aplauso siempre fue extendido.
Hoy
Pues bien, este tipo de acto,
aun sin haber desaparecido ni exponerse todavía a ser trasladado al arcón de
los recuerdos, ya no ocupa la escena del presente. El día de la mujer ha pasado
de juego floral a batalla campal. Los principales actos se realizan en la Plaza
Libertad, que cumple una vez más su rol de cámara de eco de los movimientos
sociales, representados por cada vez más numerosas asociaciones y ong´s locales,
que han definido una nueva agenda. Ahora no se trata de un homenaje, sino de una
protesta y un reclamo.
Es notoria la presencia de las
jóvenes, así como sus carteles y cantos o el apasionado tono de los discursos. No
faltan hombres, y es creciente su número, ya que sus demandas son compartidas
por quienes trabajamos por una nueva masculinidad. A la vez, han crecido los
espacios de debate en las instituciones y los medios, en las que se cruzan muchas
disciplinas con diversos enfoques teóricos, así como concepciones religiosas y
filosóficas que han ampliado diálogos y confrontaciones de alto voltaje.
Pasados ya los tiempos del “cupo
femenino”, a comienzos de la última década la ley de Salud Sexual y
Reproductiva ocupó el centro del debate. En los últimos años otros temas la
desplazaron: la violencia contra las mujeres, y el derecho al aborto legal.
Causas
Trataré de analizar las causas
que pudieran explicar este conjunto de hechos. En un plano demográfico, el
crecimiento de la tasa de urbanización y el del nivel educativo de las mujeres –ambas
en notoria evolución desde comienzos del siglo XX hasta hoy- guardan relación
con el descenso de la tasa de natalidad en el mismo período. ¿Qué significa
esto sino un proceso de autonomía creciente, que fue reflejado por la
literatura y el folklore?
Los nuevos términos del debate
son los mismos de los comienzos del feminismo aunque resignificados. Involucra
al cuerpo de la mujer –tanto si es trabajadora, esposa y madre como si no lo
fuera- y de su voluntad para gobernarlo y defenderlo. Junto a las revoluciones
obreras y campesinas y otras que las siguieron, las mujeres protagonizan otra
que está a nuestra vista. Es claramente emancipatoria, y mucho más amplia que
las anteriores; postula una crítica al patriarcado y la subordinación impuesta
a su género, y promueve una legitimación de su paridad con los hombres, tanto
en la esfera familiar como en la laboral.
Luego, se observa un cambio
generacional considerable (si no abrupto) en las mentalidades, las leyes (el
voto femenino en 1949) y la economía, y con ellas los modelos de familia proporcionados
por las instituciones rectoras de la moral pública, que pasaron del patriarcal
al victoriano, de la familia extensa a la nuclear, de la ilegitimidad al
matrimonio etc.
Pero es obvio que las familias
no surgen solo del marco normativo de la cultura –cuya última expresión es la
ley- sino también de la práctica o las artes de hacer (De Certeau), por lo que
configura un ejercicio político de gran importancia para todo el orden social. Creo
que los cambios producidos en las sociedades de tipo tradicional que están sometidas
a la transición a la “modernidad” y la “globalización” forzosas –como es el
caso de Santiago del Estero- entrañan profundas transformaciones en la esfera de
la sociabilidad, la familia y la política.
Mañana
El núcleo de la discusión lo
resume un título de Raymond Aron: “¿Podremos vivir juntos?”. En “Nosotros y los
miedos”, George Duby expuso los miedos del año 1000 comparados con los de un milenio
después. El miedo al bárbaro pudo ser sucedido por el miedo al otro, en este
caso un enemigo íntimo, especie de quinta columna o de alien instalado en nuestro entorno. Así como existe una teoría de
la lucha de clases (Marx y Engels), la hay de las generaciones (Bioy Casares “Diario
de la guerra del cerdo”) y podemos preguntarnos acerca del riesgo de una lucha
de géneros (la plantea el film "La guerra de los Rose").
Por ello, pensando que intervenimos
en un proceso de larga duración, creo debemos pensar en la necesidad de un
nuevo contrato social, cuyos términos ya están esbozados para la coyuntura pero
que necesitan de un horizonte de futuro. Cuando Juan Jacobo Rousseau escribió
su hoy clásico libro, estaba abogando por los derechos de una clase –la naciente
burguesía- en el espacio económico y político, que al mismo tiempo había asumido
como “natural” la subordinación de las mujeres. Por eso Carol Pateman plantea
la necesidad de un previo contrato sexual, indispensable
para que el social se sostenga.
Sabemos que las conquistas
legales son un paso adelante, pero la utopía que guía este proyecto no se
logrará sino mediante la construcción de valores, pensamiento, sensibilidad y práctica.
Creo que esa es la tarea a realizar juntos y juntas.