La cuarentena está cambiando nuestras
costumbres, y lo seguirá haciendo. Dicen los que saben que después de esta
pandemia el mundo no será el mismo. Nosotros tampoco lo seremos, y conviene que
nos vayamos preparando para ese nuevo estado.
Esto requiere ejercitar músculos que
hace tiempo no usábamos: el trigémino de la introspección, los bíceps de los
proyectos, los abdominales del viaje en el tiempo.
Te contaré cómo aprendí a usarlos. Cuando
tenía 9 años comencé a leer Selecciones del Reader´s Digest (esa “silva de
varia lección”, como la llamó Jorge Luis Borges), donde leí la historia de
Charles Atlas, un hombre de figura hercúlea que daba cursos de gimnasia y
contaba su historia:
“Yo era un alfeñique humano, escuálido
y enclenque; todos mis compañeros me superaban, y las chicas ni me miraban. Entonces
decidí cambiar y comencé a hacer gimnasia en mi propia casa, sin aparato alguno,
solo oponiendo mis propios músculos, mano contra mano, pierna contra pierna,
logrando hacer de las contorsiones una fuente de energía. Así llegué a ser el
que soy”.
Pues bien, este es el método que
utilizo estos días para fortalecerme, o al menos mantenerme en forma. El viaje
interior es uno de mis ejercicios preferidos. Consiste en ir hacia mi pasado y
recorrerlo, ya en planeador, ya en globo, y en algunos casos hasta caminando.
Llevo un cuaderno en el que anoto todo
lo que veo y me interesa recordar: momentos de familia, comidas, escuelas y
colegios, juegos, ciudades que visité, animales con los que tuve trato, amores
que viví, y desde luego tragos, desde el vino en bota que probé de niño hasta
el daiquiri que me hace acordar de Manuel Vicens.
Cuando regreso parezco el mismo pero
soy otro. Me he hecho cargo de mi pasado, con sus dolores y placeres, sus
aciertos y sus errores. Y si clasifico mentalmente mis listas, ya tengo el índice
de una posible autobiografía. ¿Qué te parece difícil? Pues bien, prueba y verás.