domingo, 6 de septiembre de 2015

Viaje a Tintina


Viajo esta vez, sin exagerar, no sé si al corazón del monte santiagueño, pero sí a un lugar donde puede escucharse su diástole y su sístole, biomagnéticas como golpes de caja, tam tam de la historia que no ceja en hacerse oír.

Estoy en el departamento Moreno, escenario del imperio del obraje que llegó junto al ferrocarril, a comienzos del siglo 20. Era la línea que venía de Añatuya: Suncho Corral, Tintina, Campo Gallo. Su traza en el mapa semejaba una hoz, que según auguró Bialet Massé en 1904, iba a segar el monte milenario para convertirlo en durmiente y postes, como pasó, en efecto. Pero no cabe ya llorar sobre la leche derramada, sino salir a explorar las raíces del bosque.

Salí de Santiago a las cuatro de la tarde, en un colectivo de la empresa San Felipe. Llevaba un sándwich de mortadela y un diario del lugar, que a más de sus noticias brindaría abrigo a mis reumáticas ródulas, en caso de necesidad. Pero no hizo frío este día de julio, y tres horas después llegué a Tintina, cuando ya estaba oscureciendo.

Me recibió el Lic. Marcos Ordóñez, profesor del ISFD N° 23, que me ha invitado a compartir una jornada cultural. Uno de sus proyectos se dirige a consolidar una Biblioteca Popular de Tintina, que entusiasma por sus posibilidades, pues ha sumado vocaciones y horas de trabajo de un grupo de jóvenes, preparando el local de la estación de ferrocarril que le ha cedido el Municipio. Al día siguiente la visité, y conversé con el equipo que la atiende. Estimé su magnitud en 1.200 volúmenes, entre los que hay media docena de enciclopedias anteriores a 1970, mucha novela de los años 1940 a 60, y en menor proporción historia, educación y ciencias básicas. La nueva biblioteca enfrenta varios desafíos que será necesario acompañar. El primero es obtener su reconocimiento institucional, en la provincia primero y ante CONABIP después.

Digresión sobre códigos y escrituras
Al regresar a Santiago fui a la Dirección de Personas Jurídicas para conocer el trámite. Allí me enteré que el Código Civil de la provincia ha sido modificado recientemente, agregando nuevos requisitos para el otorgamiento de la personería para asociaciones civiles, que rigen desde agosto de 2015: el Acto Constitutivo –expresado en un Acta que declara fines, aprueba Estatuto, Inventario, nómina de socios y designa Comisión Directiva Provisoria- debe ahora ser reconocido por instrumento público (escritura), y ser inscrito en el registro correspondiente una vez otorgada la autorización estatal para funcionar. Hasta la inscripción se aplican las normas de la simple asociación. Aun sin saber de leyes, como es mi caso, resulta claro que esta norma complica el camino para las nuevas asociaciones civiles, las bibliotecas populares entre ellas. No se trata solo del costo del trámite, sino de la incorporación a una nueva tutela, la del registro público. La ciudad letrada agrega una nueva pesa en la balanza del control de la vida asociativa, que debería estimular en vez de desalentar.

Tengo la impresión de que hay una confusión al incluir en este nuevo registro a las bibliotecas populares, y por ello sus autores, con el fin de aumentar el control del estado sobre la vida social, no advirtieron los efectos negativos que indudablemente tendrá en el cumplimiento de otras políticas del estado, nacional y provincial. Pero no es el momento de esta discusión. La ley vigente debe ser cumplida, y lo haremos. Pero al mismo tiempo es necesario avanzar hacia su reforma lisa y llana, para así poder escuchar a juristas, autoridades de aplicación, abogados y a los propios interesados,

Un rato después nos recibió el Intendente de Tintina Dr. Mario Cantoni, a quien explicamos nuestra presencia. Con atención escuchó las propuestas que le acerqué –el EJI 13, la Biblioteca Rural- y mostró gran disposición hacia estos proyectos algo locos, pero enteramente realizables.

El aleph

“La importancia de las bibliotecas populares en la sociedad global” era el tema que me proponía desarrollar. A las 19.30 horas, ante una sala colmada, como suele decirse, revisé mentalmente mi discurso. 


Hablaría del aleph, tomando como referencia el cuento de Borges, y trataría de demostrar que toda biblioteca es un aleph, y que podemos construirlo utilizando las viejas y nuevas tecnologías.  Señalaría entonces que, en la base de la pirámide, el verdadero núcleo del conocimiento está en el saber alcanzado y transmitido. El hombre o la mujer que saben,  aunque no escriban, son libros humanos per se, que se proyectarán en la tipografía de imprenta, que alguien llamó “galaxia Gutenberg”. La memoria es el primer libro, llámese Biblia o abuela/o, y el libro más reciente lo escribe en este momento un niño o una niña, en su diario mental.


En este momento me preguntaría si estaba hablando demasiado de las bibliotecas, yéndome por las ramas, como corresponde a todo homínido. No lo estás haciendo bien, me diría. Habla de algo que interese a los más jóvenes, que son el objeto de tu deseo, y a los más viejos, que son tus cómplices y referentes. Entonces, diría a cada uno, escucha al otro y míralo actuar. Siéntelo en tu interior. Yo eres tú, y él soy yo, agregaría con gesto grave de filósofo venido a menos. Pero esto no quedaría bien ante el público, que, según creía, esperaba frases más reales. Entonces, abandonaría el tono socrático-weberiano, y pasaría directamente al profesor Ciruela, en cuyo papel no me encuentro del todo incómodo.

No tenemos la historia que necesitamos, diría con actitud intrépida, aunque sabía que usaba palabras de siete siglos AC. Imitando a Carl Sagan, hablaría del universo y su biografía en construcción, a la que contribuye hoy Stephen Hawking con su historia del tiempo. Pero esto me colocaría al borde de un agujero negro, ya que sé poco del asunto. Justo ese día había conocido a un niño de 9 años que dominaba el tema y no quería confundirlo.

Sí, entonces hablaría de la historia del mundo antiguo, Europa, Argentina,  Santiago y Tintina, todas ellas sujetas a revisión, y de hecho revisadas durante las últimas tres décadas. Me escucharían decir “La sociedad es como un rompecabezas cuyas piezas cambian de forma todo el tiempo”, a la manera del loro que repite su discurso.


Entonces, dándome cuenta que aburría con el saber (como solo los burros sabemos hacer), abandonaría el libreto, o sea el plan de mi charla. Así hice en rápida verónica, y en pocos minutos pasé de torero de la historiografía a toro en rodeo ajeno. Vi brillar los cuernos de oro del Toro Zupay en el fondo de mis lecturas: no fue muy lejos de aquí donde apareció, según la leyenda que tomo como cierta. Ví brillar el hacha bajo el sol en su impecable semicírculo. Vi el obraje forestal y su historia alucinante.

Ahora estaba en la picada cierta, en el sendero oportuno, que ofrecía varias direcciones: el pozo sellado de YPF, el decauville de Quebrachales Tintina S.A., y el meteorito del Chaco.  Seguí al maestro Orestes Di Lullo en los derroteros de Rubín de Celis y Hernán Mejía de Mirabal. Seguí a Henry Reichlen en la primera exploración arqueológica de la que hay testimonio en esta región, a Luis Alen Lascano y Raúl Dargoltz.

Seguí también la ruta de mi primer viaje de exploración, como estudiante de sociología ansioso de vivencias de campo, en el territorio del todavía desconocido Gran Chaco. Fue en 1967, y entonces conocí a Nabih Vitar que me alojó unos días, y me presentó a sus amigo Chuchú Hache.

Con Nabih Vittar y Nelson Coronel, estudiante del profesorado


Fueron receptivas y alentadoras las respuestas que escuché, tanto de las autoridades comunales como de los estudiantes y profesores. Me obsequiaron dos tallas en madera que hoy están en mi mesa de trabajo.

Campo abierto al ingenio del conocimiento y la empresa permanente de la construcción mental, científica y simbólica de un lugar, Tintina está en un cruce de caminos. Desde la mirada vigilante del Sachayoj hasta el aviso comercial en chino: baste el contraste como síntesis de esta crónica.


Ahora, solo que me queda hablar de Hernán Oesterheld, que en su clásico El Eternauta colocó a Tintina como extremo de un triángulo singular, que veía como escudo defensivo.
(continuará)

martes, 1 de septiembre de 2015

Pequeño canto americano


Desde l´América tozuda
escribo sin contentamiento
unas estrofas que lamento
porque dan cuenta de la dura
fuerza de mi propia amargura
y d´este mío sentimiento,
con su lacónico embeleso
que yo celebro. Denme un beso
por qué no el trópico mañana
y hoy el invierno santiagueño.

Porque la mágica montaña
que es siempre el árbol en su altura
y de la tierra, agria dulzura,
me espera quieta y fantástica
que yo le beba la ternura
húmeda y tibia en el aliento
que brota en letra entrecortada
y gime sola por mi almohada.
Ay, cerco azul de la retama.
Ay, Aconcagua manifiesto.

En verdad es q´estoy en celo,
sin estridencias lo confieso
pero me siento libre y preso
de los sueños de algún abuelo
que habré tenido en este cielo
con su niñez de pan y hueso
su voz llena de humo
de acento cardinal, presumo.
La voz querida en mi concierto.
El resplandor. La madrugada.

Yo, que no quise darme cuenta
aquí estoy con mi pie desnudo
en las historias de la negra
fiesta que al cabo no fue fiesta
sino el acecho largo y mudo
de unos sumados desamparos
y unos perdidos entreveros.
Eso aprendí dando la vuelta
de las fronteras de este mundo
hasta los bordes de mi mesa.

Pero si no es, lo que habrá sido
la herida abierta de Ancaján
la luna en Toetihuacán
y aquellos cielos doloridos
por el inca que fue partido
en cuatro partes, como el pan.
Ese temblor es un secreto
que al corazón lo deja prieto
sin una lágrima siquiera.
Ya no hay memoria de esa pena.

En mi patio canta el coyuyo
su melodía de arrabal
sometido como el quetzal
a dar a otro lo que es suyo
desde las plumas al murmullo
de ese cantor del salitral
que pone al verso de testigo
de que alguien enterró su ombligo.
Así, pregunto, en la mañana:

¿cuál es el fondo de mi cara?