Cuando
un acontecimiento queda señalado no solo en el calendario y la efemérides sino además
en el sentimiento popular, como está sucediendo con la última jugada de Diego
Armando Maradona, además del dolor que nos conmueve –puedo hablar en plural-
sentimos la necesidad de describirlo, analizarlo con la mirada técnica del
relator de un partido o evaluar, si pudiéramos, sus razones.
Que
su estatura, pequeña en la dimensión corporal, era muy alta en otras
dimensiones, no cabe duda. Tampoco que alcanza el nivel de un mito, y como tal
voy a mirarlo preguntándome que lo diferencia de otros y cómo se construyó.
Mito
proviene de la palabra griega mithus,
fábula, que viene de fari, que significa
hablar. Pero la fábula no solo sirvió a Esopo para hacer hablar a los animales
sino también a Herodoto para hacer hablar a hombres y mujeres comunes, reyes y reinas,
dioses y diosas, en la narración de su historia. La historiografía posterior se
volvió más estricta en cuanto a las fuentes, pero su interpretación por parte
del público no ha dejado de mitificarla construyendo ídolos apropiados para su
propio culto; como ejemplo basta citar a los personajes de la independencia,
que merecen una lectura distinta desde la historiografía liberal o de la
nacionalista.
No
pocas figuras míticas provienen de las religiones, y algunas de ellas fueron
impuestas por la fuerza, como sucedió en América cuando la corona española y la
Iglesia Católica romana decidieron dominarla, y reemplazar creencias, historia
y mitos locales por los que ellos traían.
Muy
distinto sucede en el caso de Diego, que alcanzó un lugar de referencia por la
admiración y el cariño de la gente, muchos de ellos público de la cancha, aun
en la pantalla del televisor, y otros que simplemente advirtieron su genio.
Sabemos
que el presente está marcado por los movimientos de las sociedades en el
período moderno, que se expresa en las clases sociales, la política, el género,
la industria cultural y el deporte. El fútbol fue su campo de trabajo y su
escenario de acción, donde mostró destreza, ingenio, velocidad, astucia y
generosidad, cualidades esenciales de un guerrero. El deporte, que
lamentablemente no ha reemplazado aun a la guerra, la simula, en un juego que
también es combate, con un reglamento que es ley, árbitros que son jueces y un
compromiso de juego limpio que es ética y moral colectiva.
Son
varias las razones que según creo explican la adhesión que suscitó. Una es su
trayectoria social, desde la humilde villa al prestigio, la fama y los
ingresos, que representa el ideal del progreso y el ascenso, latente en las
clases populares y medias. En los partidos decisivos de las copas mundiales,
por ejemplo ante Inglaterra, que fue inventora del fútbol y árbitro del mundo,
sus goles pueden ser leídos desde un ángulo político, en tanto revancha
histórica de una flota invasora, una
revancha sin sangre, expuesta ante los ojos del mundo, fundamentalmente hecha
con alegría y con esa igualdad aparentemente irrefutable de ser 11 contra 11. En todos los casos
expresó la capacidad de una nación joven para marcar su presencia en el mundo.
También
lo fueron sus posiciones políticas, inusuales en un deportista, que lo
acercaron siempre a los movimientos populares. No dejo de lado sus méritos y
deméritos personales que otros y otras apreciarán mejor. Lo que quiero señalar
es que Maradona, como los fabulistas, hizo hablar a su pueblo. ¿Cómo lo logró? Con
los botines, la cinco y su pasión. Y se lo agradecemos con emoción. Dijo el
Negro Fontanarrosa de modo inolvidable: “No me importa que hizo Maradona con su
vida sino que hizo con la mía”. No lo enmiendo, y quizá lo complemento, al
decir que la suya también me importa, y la necesitamos como venero del mito.
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