Quería escribir sobre el futuro de
nuestros cuerpos luego de la cuarentena, y de pronto me di cuenta que debía
hacerlo en tiempo presente, porque el futuro ya está aquí.
En efecto, nuestros cuerpos están encerrados
en esa especie de prisión domiciliaria que es nuestra casa. ¿Que podemos ver el
mundo a través de una pantalla o escuchar sus voces por la radio? Sí, pero se
trata de una apariencia del mundo real, semejante al resplandor que viene de
afuera, como en el mito de la caverna que imaginó Platón para mostrar en
sentido figurativo que nos encontramos encadenados dentro de una caverna desde
que nacemos, y cómo las sombras que vemos reflejadas en la pared componen
aquello que consideramos real.
Con excepción de los servicios de
salud, seguridad y limpieza la sociedad está desmovilizada, y hasta
inmovilizada. Tanto estudiantes como docentes añoramos el aula real –que estará
cerrada un tiempo más- y debemos contentarnos con la virtual que nos reúne
aunque estemos separados.
Más allá de esta posibilidad, muchas
otras cosas les están vedadas a los cuerpos, que son la manifestación física de
los sujetos (nunca más acertado el sustantivo) que en definitiva somos los ciudadanos
de todo género y edad.
Por ejemplo, están interrumpidos (o
clausurados por el momento) los movimientos sociales que acompañan revoluciones
y demandas de todo tipo. No podríamos reunirnos frente al Cabildo para lanzar
el primer grito de independencia el 25 de mayo de 1810. Tampoco declarar la
Autonomía provincial el 27 de abril de 1820, que requirió juntas de vecinos y
acciones militares que por definición son grupales y colectivas.
Ya en el presente, no podríamos
participar en las marchas de la justicia o reunirnos en la Plaza del Maestro para
condenar una vez más las violencias de la dictadura y recordar a nuestros
hermanos y hermanas desaparecidos.
Las restricciones existen también en el
campo de las creencias religiosas, la sociabilidad cotidiana y hasta el amor,
que no son menos importantes que la economía y el fútbol, dos tótems de nuestra
sociedad a los que rinden culto los analistas de los medios.
Para quienes practican una religión, la
concurrencia a los templos está aún tan lejana como la tribuna de un campo de
juego.
Prevenidos ante el riesgo de contagio,
los cuerpos temen a los cuerpos y se protegen por tapabocas y distancia de un
metro y medio, como recomienda la OMS.
¿Qué pasará –qué pasa ya- en nuestras
relaciones cuerpo a cuerpo? Ya nos hemos prohibido el abrazo, y el codo reemplaza
a brazos y manos (que deben lavarse con frecuencia, también según la OMS)
El sexo práctico, desde el beso al
coito, son ahora riesgosos. El
mosquetero D’Artagnan, uno de los tres que describió Alejandro Dumas en su
novela de 1844 ¿se atrevería ahora a besar a madame Bonacieux en una oscura
esquina de París?
El baile y el beso robado, como el
encuentro casual con otros cuerpos, son ahora peligrosos y nos sumergen en el
agitado mar del posible contagio.
Como en tantos otros aspectos no es
posible más que aventurar hipótesis sobre el futuro.
Soledad, solidaridad, relaciones
confiables y autocuidado son prioritarios en este momento. Ya veremos que
sucede después.
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