sábado, 2 de mayo de 2020

El futuro de nuestros cuerpos


Quería escribir sobre el futuro de nuestros cuerpos luego de la cuarentena, y de pronto me di cuenta que debía hacerlo en tiempo presente, porque el futuro ya está aquí.
En efecto, nuestros cuerpos están encerrados en esa especie de prisión domiciliaria que es nuestra casa. ¿Que podemos ver el mundo a través de una pantalla o escuchar sus voces por la radio? Sí, pero se trata de una apariencia del mundo real, semejante al resplandor que viene de afuera, como en el mito de la caverna que imaginó Platón para mostrar en sentido figurativo que nos encontramos encadenados dentro de una caverna desde que nacemos, y cómo las sombras que vemos reflejadas en la pared componen aquello que consideramos real.
Con excepción de los servicios de salud, seguridad y limpieza la sociedad está desmovilizada, y hasta inmovilizada. Tanto estudiantes como docentes añoramos el aula real –que estará cerrada un tiempo más- y debemos contentarnos con la virtual que nos reúne aunque estemos separados. 
Más allá de esta posibilidad, muchas otras cosas les están vedadas a los cuerpos, que son la manifestación física de los sujetos (nunca más acertado el sustantivo) que en definitiva somos los ciudadanos de todo género y edad.
Por ejemplo, están interrumpidos (o clausurados por el momento) los movimientos sociales que acompañan revoluciones y demandas de todo tipo. No podríamos reunirnos frente al Cabildo para lanzar el primer grito de independencia el 25 de mayo de 1810. Tampoco declarar la Autonomía provincial el 27 de abril de 1820, que requirió juntas de vecinos y acciones militares que por definición son grupales y colectivas.
Ya en el presente, no podríamos participar en las marchas de la justicia o reunirnos en la Plaza del Maestro para condenar una vez más las violencias de la dictadura y recordar a nuestros hermanos y hermanas desaparecidos.
Las restricciones existen también en el campo de las creencias religiosas, la sociabilidad cotidiana y hasta el amor, que no son menos importantes que la economía y el fútbol, dos tótems de nuestra sociedad a los que rinden culto los analistas de los medios.
Para quienes practican una religión, la concurrencia a los templos está aún tan lejana como la tribuna de un campo de juego.
Prevenidos ante el riesgo de contagio, los cuerpos temen a los cuerpos y se protegen por tapabocas y distancia de un metro y medio, como recomienda la OMS.
¿Qué pasará –qué pasa ya- en nuestras relaciones cuerpo a cuerpo? Ya nos hemos prohibido el abrazo, y el codo reemplaza a brazos y manos (que deben lavarse con frecuencia, también según la OMS)
El sexo práctico, desde el beso al coito, son ahora riesgosos.  El mosquetero D’Artagnan, uno de los tres que describió Alejandro Dumas en su novela de 1844 ¿se atrevería ahora a besar a madame Bonacieux en una oscura esquina de París?
El baile y el beso robado, como el encuentro casual con otros cuerpos, son ahora peligrosos y nos sumergen en el agitado mar del posible contagio.
Como en tantos otros aspectos no es posible más que aventurar hipótesis sobre el futuro.
Soledad, solidaridad, relaciones confiables y autocuidado son prioritarios en este momento. Ya veremos que sucede después.

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